Hay un momento en la vida que percibimos que caminar es más cansado, que cada paso es un gasto de energía que nos deja agotadas.
En un primer momento nos sorprende y lo achacamos al trabajo de ese día, a todo lo que tenemos que hacer, a que no hemos dormido casi nada; en definitiva, que con unos días de descanso será suficiente para recobrar las fuerzas que flaquea.
Con el tiempo el cansancio se vuelve lo normal. Si en ese momento nos miramos a un espejo que reflejará nuestra imagen real, veríamos la gran mochila que cuelga de nuestra espalda. Llena de responsabilidades no buscadas, de palabras que han dolido, de hechos que guardamos por sentirnos culpables, de imágenes dolorosas, de humillaciones….
Si nos detuviéramos, la pusiéramos en el suelo y comenzáramos a vaciarla, dejando atrás el pasado, todo lo que no queremos, lo que no es necesario. El peso sería menor, nuestro paso sería de nuevo ligero y podríamos poner nuestra mirada al frente y dejar de ver solo el suelo.